Algunos de los 4.500 niños euroasiáticos que fueron enviados a orfanatos de Francia al término de la guerra de Indochina han regresado ahora a Vietnam en busca de las madres que dejaron atrás y de las que nunca recibieron noticias.
René Fairn, de 66 años, lleva desde febrero rebuscando archivos en pagodas y mostrando las tres fotos que conserva de su madre a ancianos de la provincia de Ba Ria, en el sur de Vietnam, pero aún no ha obtenido resultados. Se le entrecorta la voz al recordar sus días en un internado vietnamita y su posterior llegada a Francia en 1955, cuando el país galo dio definitivamente por perdida la colonia tras la contundente derrota en Dien Bien Phu.
«Es curioso porque recuerdo muchos momentos en el internado de Vietnam con las monjas pero no guardo en mi memoria ninguna imagen de mi madre, con la que sé que viví al menos hasta los 3 años», explica Fairn al borde de las lágrimas.
Hijo de un soldado francés al que encontró vivo en Francia hace 7 años, medio siglo después de su separación, Fairn no se planteó regresar a Vietnam hasta que le convenció su hija, que quería saber algo de su abuela.
«Tengo su nombre y sé que debe de tener 20 años más que yo, si es que aún vive. Si no es así, estaré contento de visitar su tumba», cuenta mientras muestra una foto de él con su madre en la más tierna infancia.
La mayoría de los padres, enviados a Indochina por un periodo limitado, no se hacían cargo de los niños, pero muchos cumplimentaban las gestiones mínimas para que obtuvieran la nacionalidad francesa y el Estado francés se hiciera cargo de ellos.
«Fueron unos cobardes. Muchos volvieron a Francia e iniciaron una nueva vida sin acordarse de lo que dejaron en Vietnam», considera Jacques Maurice, otro niño enviado de Vietnam a Francia en 1955.
Muchas de las madres, sin recursos económicos y preocupadas por la posible discriminación de sus niños de rasgos europeos los enviaban a los orfanatos franceses en Vietnam.
«Les obligaban a firmar un papel en el que renunciaban a nuestra custodia y daban todos los derechos al Estado francés», relata Fairn.
Casi todos recuerdan el momento de la partida, el barco que les llevó de Saigón a Marsella en 1955 como un momento especialmente traumático.
«Era el tiempo de las lágrimas, de decir adiós a familiares y vecinos con los que habíamos crecido», recuerda Gérard Addat, un cantante de variedades de madre vietnamita que dejó su Saigón natal a los 11 años.
Al llegar a Francia, esos niños fueron enviados a orfanatos, sus nombres vietnamitas fueron borrados y muchos hermanos fueron separados deliberadamente.
«Yo tenía cinco años y mi hermano tres. No entiendo por qué nos mandaron a centros distintos, no nos pudimos ver hasta cuatro años después», recuerda Maurice.
Fairn, por su parte, rememora la dificultad de los primeros años y los constantes castigos que sufrían por hablar vietnamita (su lengua materna) en el orfanato de Vouvray, cerca de Tours, en el que creció. «Después de tantos años, creía que había olvidado la lengua, pero al llegar a Vietnam probé a hablar con la gente y se quedaban sorprendidos de que mi acento fuera el de un nativo», explica.
Algo desanimado tras varias semanas de búsqueda infructuosa, Fairn envidia el golpe de suerte de su compañero Lucien Tilley, que el pasado septiembre dio con su madre en Ho Chi Minh (antigua Saigón).
Tilley relata: «Me ayudó una sobrina también de ascendencia vietnamita y la localizamos tras consultar su nombre en el archivo colonial en Francia. Tenía 85 años, así que tenía que visitarla en Vietnam cuanto antes, a esas edades uno no puede esperar».
Recuerda Tilley aquel encuentro con emoción, aunque apenas pueda comunicarse con su progenitora, medio ciega, con problemas auditivos y con un conocimiento del francés muy limitado. «Yo no hablo nada de vietnamita, pero a veces creo que entiende más francés de lo que parece, pero no quiere hablar del pasado. Cuando le pregunto quién era mi padre no dice nada», se lamenta.
De vuelta en Vietnam en marzo para visitarla una segunda vez, le ha ido invadiendo un sentimiento de amargura al sospechar que sus hermanastros vietnamitas intentan aprovecharse de él. «Quiero comprarle una silla de ruedas y un aparato auditivo y me dicen que no vale la pena, que es muy mayor, que es mejor que les dé dinero para que se ocupen de ella", protesta Tilley.
Sin embargo, insiste en que no se arrepiente, en que se alegra de quitarse un peso de encima y saber de donde venía. «Ahora que la he encontrado tengo que luchar para que mi madre sea algo más feliz», concluye.
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