Aquí, el que no paga, no enseña.
La unidad de prevención y resistencia a las pandillas de la policía distribuye manuales sobre gestión de la ira y buenos modales editados y financiados por Estados Unidos en dos tercios de las 130 escuelas públicas de Tegucigalpa. En paralelo, las pandillas mueven catálogos que ofrecen servicios sexuales de las alumnas.
Ni siquiera puede decirse que las pandillas recluten en las escuelas porque no necesitan hacerlo. En Honduras, las oportunidades son cada vez más escasas y cada vez son más los niños que optan por ingresar, de manera voluntaria, a la Mara Salvatrucha, al Barrio 18 o a las recién creadas "Los Chirizos" o "El Combo".
De hecho, hay más niños dispuestos a incorporarse a las pandillas que lo que ellas puedan o quieran absorber.
Lo que está fuera de toda duda es que de la misma manera que controlan casi todos los barrios de Tegucigalpa, las pandillas controlan casi todas las escuelas de Tegucigalpa. Los pandilleros son alumnos y los alumnos son pandilleros. Las pandillas marcan su territorio con "placazos", grafitis que sólo los iniciados entienden, y siguen de cerca los movimientos de la policía que, a su vez, también trata de seguirles de cerca. Cuando el gobierno decide enviar al ejército a controlar una zona o los alrededores de una escuela, los pandilleros que la controlan bajan de perfil, pero no por mucho tiempo porque sus competidores tratarán de hacerse con el control del lugar desatando una nueva ola de violencia.
"La escuela es un punto básico de organización de la pandilla, el punto por donde pasan todos los niños de la colonia", dijo el Teniente Coronel Santos Nolasco, portavoz de las operaciones conjuntas de ejército y policía en Honduras.
Las pandillas utilizan a los menores de edad a sabiendas de que incluso si son detenidos, las penas serán mucho menores. Más de un tercio de los aproximadamente 5.000 pandilleros fichados por la policía tenían menos de 15 años según el único estudio realizado sobre su edad que data de 2010. Este año, la policía ha detenido ya a más de 400 menores por actividades relacionadas con las pandillas, especialmente extorsiones.
En un país donde el sistema educativo falla y las necesidades impiden que los estudiantes se dediquen a estudiar, muchos terminan repitiendo los años varias veces hasta que logren aprobar los exámenes estatales. Pero la policía dice que algunos pandilleros repiten el curso intencionalmente sólo para seguir controlando las operaciones ilegales que manejan y que constituyen su medio de vida. Por eso en una misma aula terminan niños de 11 con adolescentes de 17 años.
Aunque los actos violentos suceden casi siempre fuera de los recintos escolares, también se registran violaciones y secuestros en su interior. Las extorsiones ocurren con total impunidad y las pandillas y su poder son omnipresentes.
En muchos de los centros educativos el maestro tiene dos opciones: o se lleva bien con los pandilleros o se va. Si una pandilla se lleva a un chico del aula, los maestros saben cómo gestionarlo en silencio. Pase lo que pase con el alumno.
"El miedo de los profesores es indescriptible", dijo Liliana Ruíz, Directora departamental del Ministerio de Educación en Tegucigalpa. "La pandilla controla el Instituto y los niños entran a la pandilla desde los 12 años. El ambiente en los centros educativos es de una desesperación espantosa".
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Una calurosa mañana de noviembre, Yojana Corrales, coordinadora de la unidad de prevención y resistencia contra las pandillas de la policía, se detuvo a charlar con una pareja frente a las puertas de la escuela de la colonia El Sitio, al norte de Tegucigalpa. En cuestión de segundos, dos banderas (vigilantes) de una pandilla en moto y en bicicleta y con radioteléfonos se le acercan tanto a la agente que pueden incluso escuchar sus conversaciones.
"No se preocupe, sólo están chequeando lo que hacemos", dice Corrales con pasmosa naturalidad.
Después de 15 años trabajando en el entorno de las pandillas, ya nada le sorprende.
"Entramos en una escuela a repartir manuales y el pandillero entra, agarra uno, delante de nosotras, y se pone a revisarlo, controla lo que se les dice a los chicos del barrio con total naturalidad. Haces una actividad y están ahí sentados, mirando" dice.
El muro frontal del Instituto José Ramón Montoya, al este de Tegucigalpa, está lleno de grafitis alusivos a la Mara Salvatrucha, que controla la zona. Hasta hace poco, un grupo de pandilleros controlaba la segunda planta del edificio, que lo usaba como centro operativo para todo tipo de actividades: desde la venta de drogas a la prostitución.
Las niñas caen presas de las redes de explotación sexual porque las pandillas les pueden pagar hasta 500 dólares al mes. Más de lo que muchos policías ganan, según Corrales.
"La captación comienza en el pasillo de la escuela con una foto, después la llevan al mall a comprar ropa, les dan un buen celular y les pagan tratamientos de belleza. Si quieren salir del círculo, están endeudadas por los servicios prestados y reciben amenazas", dice Corrales.
En el Instituto Montoya, el curso pasado, tres niñas salieron embarazadas del segundo piso controlado por la pandilla según el relato de un profesor. Llegaban a juntarse allí hasta 15 pandilleros al mismo tiempo. A comienzos de este curso, se le pidió ayuda a la policía. Cuando trataron de retomar el control del centro, les tiraron sillas y mesas por las escaleras así que se optó por un enfoque más suave, reforzando la presencia policial continuada a las puertas del centro hasta que los pandilleros optaron por abandonarlo.
Por el momento, las autoridades mantienen el Instituto bajo control. Incluida su segunda planta.
"Hemos pintado las paredes del interior de la escuela hace tres semanas y volverán a poner sus firmas y volveremos a pintarlas", dice uno de los profesores, Marcio Pastrana, que con sus 35 años de experiencia conoce bien el problema.
"Hay más niños que no son pandilleros que niños pandilleros", agrega Pastrana. "Hacemos todo lo que humanamente podemos, pero el problema no está dentro de la escuela sino en la sociedad".
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Los problemas de los estudiantes comienzan en casa. Sólo un tercio vive con ambos progenitores. Muchos han emigrado buscando trabajo en Estados Unidos. Otros han muerto. El hogar hondureño es un hogar roto. Muchos niños no tienen ni para comer y trabajan antes y después de la escuela para ayudar a sus familias. En el país con la mayor tasa de homicidios del mundo, la violencia les rodea.
La mayoría de los niños hondureños deja de soñar a muy temprana edad cuando se dan cuenta de que el futuro que le espera es ser cobrador de una línea de buses, ayudante de albañil o taxista, oficios en los que se gana mucho menos que vendiendo droga o empuñando un arma.
Los profesores pasan mucho más miedo que los propios niños. Muchos de los niños admiran a los pandilleros. A sus ojos los pandilleros son gente poderosa e, incluso, los hijos de padre y madre pandilleros, "los puros", son como la nobleza del barrio, los intocables.
Para escoger a sus víctimas buscan a niños y niñas que tienen algo que la pandilla necesita. Carisma, belleza, una casa vacía o el hijo de un policía que pueda dar información. "Un niño de 11 años dice en la escuela que su abuela se ha muerto y puede conseguir las llaves de la casa, que se ha quedado vacía, la pandilla las consigue inmediatamente y comienza a usarla. Ese niño ya no sale de la pandilla", dice Corrales.
Tanto responsables políticos como policías y maestros reconocen que los esfuerzos del gobierno para dar protección a las escuelas desarrollando programas de prevención o desplegando al ejército no están dando resultados tangibles.
Después de que el líder de una pandilla en el barrio de Buenos Aires, estudiante del colegio República de Panamá, apareciera asesinado en septiembre, el ejército detuvo a 20 jóvenes de su organización. Alguien corrió al centro educativo y avisó de que se preparaban represalias. El ejército desplegó entonces a 30 militares en una casa al lado de la escuela, según el Teniente Coronel Nolasco.
Un grupo de niñas entre 11 y 14 años, que entran a su examen de fin de curso y no se atreven a dar sus nombres por miedo a represalias, explicaron que los arrestos y la presencia militar han generado mayor inseguridad en torno a la escuela porque ahora otra pandilla está entrando en el barrio. "La situación ahora es más complicada", dijo una.
Corrales llegó a la escuela de La Hera en el barrio del mismo nombre para participar en una actividad de su programa de prevención del ingreso en pandillas. Nada más bajarse de su picop, un grupo de niños se subió a la parte trasera con las manos en la cabeza o como si fueran esposados, jugando a ser pandilleros detenidos.
"Esa es la imagen del líder pandillero. El detenido es alguien en el barrio y los niños quieren ser alguien", dice Corrales.
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