Al Joersz y George Morgan recuerdan el día en el que se unieron a la lista de los hombres más rápidos con vida.
En 1976 rompieron el récord mundial de velocidad en la aviación al volar por el oeste de Estados Unidos en el súper avión espía estadounidense, el Lockheed SR-71.
Velocidad oficial: 3.529 kilómetros por hora.
"No se suponía que fuera a ser algo tan importante", dijo Joersz en una conversación por teléfono desde su casa en Temple, Texas.
Pero hasta ahora, sigue siendo algo bastante importante. Eso fue hace casi 40 años y el récord permanece.
"Sabíamos que íbamos a establecer algunos récords, pero no lo vimos como algo que duraría tanto tiempo".
Los dos oficiales de la Fuerza Aérea habían sido elegidos para volar una demostración especial para la Federación Mundial de Deportes Aéreos, el grupo internacional que supervisa los récords de la aviación.
Morgan, quien habló por teléfono con CNN desde su casa en Hoodsport, Washington, dijo que ellos tuvieron suerte de que les fuera asignada la misión. "No fuimos tan rápido como hubiéramos podido hacerlo. Simplemente alcanzamos la velocidad que era necesaria para establecer el récord".
Viajar a 3.529 kilómetros por hora podría ser algo difícil de entender.
Esto te puede ayudar:
- Piensa en avanzar tres veces más rápido que la velocidad del sonido, es decir Mach 3.
- Considera esto: es más de 53 kilómetros por minuto.
- Que alguien llame a Superman: Joersz y Morgan literalmente volaron "más rápido que una bala".
Evidentemente, esta máquina voladora era especial. De hecho, desde los años sesenta hasta los noventa, el SR-71 resultó ser una importante herramienta de inteligencia que ayudó a calmar las crecientes tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría.
Había un buen ánimo en la Base de la Fuerza Aérea de Beale en California el 28 de junio de 1976 mientras el personal en tierra aseguraba a Joersz y a Morgan en sus asientos. Joersz, el piloto, iba adelante; Morgan, el oficial de reconocimiento a cargo del equipo de vigilancia iba sentado atrás, en una cabina aparte.
Ellos parecían astronautas con sus cascos y trajes de vuelo presurizados, los cuales eran necesarios debido a que el avión iba a volar tan alto. Joersz recuerda que los tanques estaban casi llenos, con un combustible único desarrollado específicamente para los dos enormes y poderosos motores del avión.
Luego de hacer las últimas revisiones a su equipo, Joersz alineó al gran y ominoso avión negro al final de la pista. El personal en tierra le mostró una luz verde para el despegue. Entonces Joersz puso su mano izquierda en el acelerador, empujó la palanca hacia adelante y el avión numero 17958 despegó.
"Subimos directamente hasta nuestra altitud prevista desde el desbloqueo del freno", recordó Joersz. Pronto estaban volando a 80.600 pies de altura —más del doble de altura de los aviones de pasajeros— tan alto que Joersz recuerda haber visto la curvatura de la Tierra.
Después de estabilizarlo, él aceleró el avión al máximo a lo largo de la mayor parte del primer tramo de los 15 kilómetros en línea recta.
Desde el asiento trasero, Morgan ayudó a Joersz a seguir la lista de control de la misión y a asegurarse de que permanecieran en la ruta. "Estaba muy atento para asegurarnos de que estuviéramos siendo exactos", dijo Morgan. "Y así fue".
Para romper el récord, las reglas establecían que Joersz debía dar la vuelta y repetir el mismo trayecto prácticamente a la misma altitud. Morgan le daba a Joersz señales de audio para alertarlo respecto a cuándo cambiar de curso.
"Disminuí la velocidad... e inicié la vuelta: 90 grados a la izquierda y luego un giro de 270 grados a la derecha", dijo Joersz. El avión retomó el curso con precisión a 80.600 pies. Eso es más o menos 24 kilómetros de altura.
Morgan y Joersz se animaban el uno al otro por sus auriculares, recordó Morgan. "'¿Qué piensas?. ¿Lo vamos a lograr? ¡Oh, sí, esto es pan comido!'"
Como Joersz lo recuerda, después de volar sobre cuatro estados, aterrizaron de manera segura de nuevo en Beale a solo 55 minutos después de despegar.
El avión se detuvo. Joersz y Morgan salieron de sus cabinas y fueron recibidos por una multitud de personas importantes que los saludaban, les daban la mano y les daban palmadas en la espalda. La celebración contó con la presencia de generales, ejecutivos de Lockheed y una llamada de felicitación del comandante en jefe del Mando Aéreo Estratégico de la Fuerza Aérea.
Según las reglas, la velocidad oficial fue un promedio de ambos recorridos. Los cálculos finales evidenciaron que Joersz y Morgan habían roto el récord previo por 197 kilómetros por hora, establecido por un avión espía similar de la Fuerza Aérea, el YF-12A, en los años sesenta.
Ellos en realidad pensaron que les podía haber ido mejor, y lo que esperaban era 3.540 kilómetros por hora, dijo Joersz. "Nos acercamos bastante... por 11 kilómetros por hora".
Súper caliente
Ahora, cuatro décadas después, el avión que Joersz y Morgan volaron ese día se encuentra dentro de un hangar en el Museo de la Aviación cerca de la Base de la Fuerza Aérea Warner Robins de Georgia.
Estampada en su enorme cola aparece una serpiente blanca y el número 17958. Es fácil imaginar cómo recorrió los cielos ese día en 1976.
Desde la punta hasta la cola, el avión muestra detalles de ingeniería que exclaman velocidad:
- Alas en forma de delta con una gran envergadura.
- Gigantescos motores hechos a la medida que consumían 8.000 galones de combustible por hora a velocidad de crucero.
- Llantas con infusiones de polvo de aluminio para evitar temperaturas superiores a los 600 grados Fahrenheit.
- Ventanas de la cabina cubiertas de cuarzo, las cuales se calentaban tanto por la fricción de tan alta velocidad que los pilotos calentaban sus comidas a bordo al colocarlas contra el vidrio. A pesar de que estaban protegidos por los guantes de sus trajes especiales, "no podías mantener tu mano contra el vidrio durante más de cinco segundos sin tener que quitarla debido al calor", dijo Joersz.
Otros aviones han volado más rápido —de manera no oficial— pero este es el que estableció el récord oficial para un avión piloteado que funcionaba con un motor con conducto de ventilación.
Los trajes especiales presurizados le añadían un elemento a "la mística, la magia, el drama de este avión", dijo Joersz. Los trajes también ocasionaron momentos incómodos. El simple hecho de rascarte la nariz era casi imposible al tener puesto un casco. "Tenías que ingeniarte la manera de hacerlo al girar tu cabeza y el casco y usar el micrófono para rascar tu nariz", dijo Joersz.
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